No todo permaneció inactivo en los altos macizos del sur, algunos ácaros contenían en sus obesos cuerpos lechosos una cantidad considerable de ADN, fluido vital para la gestación de toda vida inteligente o con presunciones de serlo.
Refrigerados dentro de oblongas formas, hastiados de la sangre consumida, reposaban una placentera siesta. En cámaras preciosas, gemas conservaban los seres opíparos intactos, con su interior hinchado de líquido de vida latente aguardando el momento propicio para gestar algo en este suelo vaciado por la calamidad.
Un desplazamiento de soles dio pie al descongelamiento de los mantos níveos. Los ríos fluyeron nuevamente y estos pequeños ácaros fueron arrastrados hacia las costas del mar del sur. La corriente marina y su efecto erosivo fue desgastando las gemas y los rechonchos artrópodos en su labor parasitaria lograron prenderse a diversos objetos, trozos de madera, pequeñas algas y cualquier asidero en las costas del territorio.
Como habían leído a Darwin en el colegio, ni tontos ni perezosos comenzaron a reproducirse y evolucionaron a anfibios, no conformes con eso, luego de algunos siglos dieron el salto de su vida y transformados en mamíferos su información genética dio origen a reacciones que ni los hombres de ciencia ni los oficinistas pudieron explicar. Con las imperativas condiciones climáticas se formaron seres muy distantes de los primitivos, muchas capacidades se inhibieron y morfológicamente eran deficientes, no podían considerarse mamíferos propiamente tales, sino una creación azarosa y burlesca de la naturaleza.
Estas consideraciones son claves para entender el triste pero célebre crecimiento y agónico desarrollo de la república de Elich: el nuevo geocentro humano.
Tras los deshielos, su territorio se extendía por toda la costa del continente pero sus habitantes eran escasos en número. Al desconocer el estado del resto del mundo no habían desarrollado eficientemente el ejercicio de las armas, se consideraban únicos y jamás en su historia habían enfrentado a un enemigo. De tal manera, al verse tan solitarios en el mundo crearon una deidad a quien bautizaron con el nombre de Esus. Ofrecían en su honor fastuosos rituales, erigían colosales templos flotantes y meditaban todas sus acciones dirigiendo plegarias en su nombre para obtener favor y consejo. Pero con el tiempo, y luego del hastío de idolatrar siempre lo mismo, inventaron un deporte y los textos sacros pasaron a formar parte de la ficción literaria , insigne dentro de su civilización.
continúa otro día...
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