407 ( La Ilíada)
—¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiades del tierno infante ni de mí, infortunada, que
pronto seré viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible
sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino
pesares; que ya no tengo padre ni venerable madre. A mi padre matóle el divino Aquileo
cuando tomó la populosa ciudad de los cilicios, Tebas, la de altas puertas: dio muerte a Etión, y
sin despojarle, por el religioso temor que le entró en el ánimo, quemó el cadáver con las
labradas armas y le erigió un túmulo, a cuyo alrededor plantaron álamos las ninfas Oréades,
hijas de Zeus, que lleva la égida. Mis siete hermanos, que habitaban en el palacio,
descendieron al Hades el mismo día; pues a todos los mató el divino Aquileo, el de los pies
ligeros, entre los bueyes de tornátiles patas y las cándidas ovejas. A mi madre, que reinaba al
pie del selvoso Placo, trájola aquél con el botín y la puso en libertad por un inmenso rescate;
pero Artemis, que se complace en tirar flechas, hirióla en el palacio de mi padre. Héctor, ahora
tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé
compasivo, quédate en la torre —¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda!— y pon el
ejército junto al cabrahigo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar.
Los más valientes —los dos Ayaces, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo
con los suyos respectivos— ya por tres veces se han encaminado a aquel sitio para intentar el
asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele y anima
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