
Sin lugar a dudas, la experiencia más cruda de la vida no ficcional es el paso del mundo feliz creado a la medida de los ojos de un niño a un mundo real como el que vivimos.
Cayendo en la melomanía de que tiempos pasados fueron mejores, evoco muchos recuerdos, en los que no existía infanticidio, femicidio, pedofília ni otras conductas sombrías y escabrosas de la mente humana. No es pretender tapar el sol con un dedo, las cosas no dejan de existir porque nosotros no las vemos, pero mi mundo feliz sí carecía de todo tipo de parafilias, mi mundo alegre era mil veces al cuadrado más habitable: poseía vetas de lo humano, era solidario, consecuente y justo.
El frío de las mañanas era más dulce, el calor de los veranos más sincero y los vientos de primavera más añorables de antaño que ahora. No olvidemos que nosotros éramos el futuro promisorio, resulta ser que aquí permanecimos, queriendo con ansias un vestigio del pasado, deseando un despojo de la felicidad obtenida por medio de una ilusión tan hermosísima que llaman infancia.
Aquí, sobre una silla tecleando la ira de no tener de que vanagloriarme, de conformarme con que las personas sólo son eso: personas. De que nadie va verter el detergente usado dentro de sus propia copa para salvar a las ballenas, de que un mandatario no van a sacrificar sus bombas nucleares altamente testeadas hasta en la estratósfera por un manojo de granos para los niños de África que se mueren de hambre mientras yo me doy el lujo de regodear mi plato de comida, de que no hay partido político ni religión válida para desvanecer nuestro ego, ísmo y latría. Más humanidad no existe que la capacidad destructiva que nos domina.
Quiero mi mundo de vuelta, el de los ideales, el tiempo en que los manifiestos pasaban de una hoja de papel o una página de blog a una manifestación en las calles reprochando las pruebas radiactivas en el Atolón de Muroroa, o regalando perros cuadra por cuadra para asegurarles hueso y hogar para toda la vida. Quiero algo para justificar el por qué estoy aquí y asumo que varios años de estancamiento y desidia me lo han impedido, pero aún existe la posibilidad de reivindicarse y tratar de hacer algo del que poder enorgullecerse en este mundo.
Si alguien también siente lo mismo, que no se quede sólo en la emoción de hacerlo, en el impulso inicial que no dura más de 5 minutos. Sólo hágalo. Vale la pena.
Mientras escribía ésto tuve varias interrupciones de seres humanos que esperan obtener algo de mí a cambio de negarme éstas líneas, viéndose incapacitados de comprender la catarsis que me provoca. Escribo porque me gusta, no me deshago en pensar en halagos de quienes lean, en verdad es uno de los pasatiempos más sinceros que tengo y cada vez que lo hago siento que al menos una pequeña porción de mí es capaz de reconciliarse con las otras.
Cayendo en la melomanía de que tiempos pasados fueron mejores, evoco muchos recuerdos, en los que no existía infanticidio, femicidio, pedofília ni otras conductas sombrías y escabrosas de la mente humana. No es pretender tapar el sol con un dedo, las cosas no dejan de existir porque nosotros no las vemos, pero mi mundo feliz sí carecía de todo tipo de parafilias, mi mundo alegre era mil veces al cuadrado más habitable: poseía vetas de lo humano, era solidario, consecuente y justo.
El frío de las mañanas era más dulce, el calor de los veranos más sincero y los vientos de primavera más añorables de antaño que ahora. No olvidemos que nosotros éramos el futuro promisorio, resulta ser que aquí permanecimos, queriendo con ansias un vestigio del pasado, deseando un despojo de la felicidad obtenida por medio de una ilusión tan hermosísima que llaman infancia.
Aquí, sobre una silla tecleando la ira de no tener de que vanagloriarme, de conformarme con que las personas sólo son eso: personas. De que nadie va verter el detergente usado dentro de sus propia copa para salvar a las ballenas, de que un mandatario no van a sacrificar sus bombas nucleares altamente testeadas hasta en la estratósfera por un manojo de granos para los niños de África que se mueren de hambre mientras yo me doy el lujo de regodear mi plato de comida, de que no hay partido político ni religión válida para desvanecer nuestro ego, ísmo y latría. Más humanidad no existe que la capacidad destructiva que nos domina.
Quiero mi mundo de vuelta, el de los ideales, el tiempo en que los manifiestos pasaban de una hoja de papel o una página de blog a una manifestación en las calles reprochando las pruebas radiactivas en el Atolón de Muroroa, o regalando perros cuadra por cuadra para asegurarles hueso y hogar para toda la vida. Quiero algo para justificar el por qué estoy aquí y asumo que varios años de estancamiento y desidia me lo han impedido, pero aún existe la posibilidad de reivindicarse y tratar de hacer algo del que poder enorgullecerse en este mundo.
Si alguien también siente lo mismo, que no se quede sólo en la emoción de hacerlo, en el impulso inicial que no dura más de 5 minutos. Sólo hágalo. Vale la pena.
Mientras escribía ésto tuve varias interrupciones de seres humanos que esperan obtener algo de mí a cambio de negarme éstas líneas, viéndose incapacitados de comprender la catarsis que me provoca. Escribo porque me gusta, no me deshago en pensar en halagos de quienes lean, en verdad es uno de los pasatiempos más sinceros que tengo y cada vez que lo hago siento que al menos una pequeña porción de mí es capaz de reconciliarse con las otras.
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